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DESCARTES Y HUME ABREN UN RESTAURANT


Nota preliminar: este texto muestra a los filósofos aplicando sus respectivas ideologías a la vida real, por lo que muchas de sus ideas aquí presentadas, aunque conservan su base conceptual, se encuentran adaptadas a situaciones de la vida cotidiana, y algunas se deslizan muy sutilmente. Hay que tener en cuenta que, más allá de sus pensamientos, eran personas que vivían en un mundo real y tenían problemas reales, y por más que pensaran de determinada manera, debían vivir como cualquier mortal en este mundo, que tiene sus propias reglas.
He situado la historia en un tiempo casi actual.



Lunes por la mañana. El teléfono sonaba solitario en la casa de René Descartes. Viendo interrumpido su único sueño tranquilo en varios días, contestó, casi con un gruñido:

- Grñnmsdñmgbs… MmmHola?

- Hola, René – saludó la voz queda, segura y pausada de David Hume - No voy a preguntarte si estabas durmiendo… es algo bastante obvio. Te pido me perdones, pero tengo que hablarte de algo importante, y creéme, querrás escucharlo.

Descartes quedó en silencio unos segundos. Últimamente, su situación económica era cada vez peor, al igual que la de David. Por supuesto, se encontraba desesperado por solucionarla, pero en los últimos tiempos, las “ideas” que (muy frecuentemente) aportaba David, traían más problemas que soluciones. Sin embargo, esta vez sonaba más seguro de lo normal, así que decidió escucharlo una vez más. De todas maneras, ese día no tenía nada importante que hacer.

- Te escucho.

- Bien. Supongo que habrás notado que en este país tuyo el buen comer es todo un arte y una costumbre, y además, Francia se destaca por su delicada cocina. Bueno, luego de largas horas de pensar una nueva forma de salir de este embudo económico que estamos sufriendo, vino a mi mente esta brillante idea: abramos un restaurante.

- Qué??????!!!!

- Sí, mi amigo. Lo que escuchaste. Mi idea no es simple ni común. Deseo que nuestro restaurante sea el mejor de todo París; los mejores platos, la mejor atención, la mejor ambientación. Te espero mañana a esta misma hora en el café de siempre para hablarte de mi idea cuando estés más lúcido.


Y colgó.
Descartes quedó pasmado, como siempre que su colega venía a él con una de sus “brillantes” ideas. Díos mío, pensaba. Lo último que quisiera es dedicarme a una actividad tan material como es la cocina y las finanzas. Pero entonces, su estómago se retorció, y recordó que ciertas necesidades urgentes del ser humano deben ser satisfechas a través del dinero y el trabajo, sea de la clase que sea. Se resignó, una vez más.


Al día siguiente, un hombre alto, de porte erguido y orgulloso se encontraba cavilando en la mesa de un café. Su expresión denotaba que su mente estaba elucubrando algo grande. Sus labios dibujaron una sonrisa astuta, complacida de sí mismo. Sabía que era lo que vendría después.
Entró entonces en el mismo café otro hombre, algo más bajo. Su rostro mostraba una profunda preocupación, y la angustia llevada durante meses comenzaba a dibujar líneas en su frente. Se sentó a la misma mesa del hombre alto y orgulloso, mientras éste le miraba con cierta diversión. Parecía causarle gracia la expresión preocupada que su acompañante traía.


- Hola, colega. Te noto… tenso. ¿Te sucede algo? – dijo Hume, sonriendo pícaramente.

- Sabés perfectamente qué es lo que me pasa. No te hagas el gracioso, no estoy para bromas. Contáme de una vez qué es lo que tenés en mente.

Esta actitud era exactamente la que Hume esperaba. Sin esperar más, rápidamente comenzó.

- Simple, René, muy simple. Un restaurante, en pleno centro de París. La mejor cocina francesa, y también, por qué no, británica. La mejor atención en toda Francia. El ambiente más lujoso, más glamoroso. Apuntaremos a clientela de alto nivel económico, lo que nos asegurará fabulosas ganancias, te lo aseguro. Por supuesto, eso depende también del factor calidad, que no pienso descuidar. Pero necesito un socio, no puedo encarar este proyecto yo solo, y aquí es donde entrás vos, querido colega.

- Muy bien. A ver, necesitamos fondos para empezar.

- Ya los conseguí. Acabo de heredar una pequeña fortuna de un pariente mío que falleció, y antes de despilfarrarlos y volver tarde o temprano a esta situación en que estoy ahora, prefiero invertirlos. Pero necesito ayuda para llevar adelante este proyecto.

Por primera vez, Descartes comenzó a sentir cierta esperanza. Parecía posible. Pero aún faltaba mucho por preguntarle al entusiasta David.

- Está bien, tu idea parece plausible. ¿Qué tipo de cocina pensás presentar?

- Ya lo dije: cocina francesa y británica, lo mejor de lo mejor.

- ¿Y cómo pensás seleccionar los platos?

Hume rió. Ya sabía adónde apuntaba su amigo. Pero no era el momento de este tipo de debates.

- Decime si estás de acuerdo con la idea o no. Ya veremos el resto.

Resignado, aceptó.

Días después, un local enorme y algo descuidado en pleno centro de París comenzaba a ver movimiento. Muebles que entraban y salían, pintores, albañiles. Todo mostraba que se estaba preparando la inauguración de un lugar prometedor. Descartes observaba en silencio cómo los muebles eran entrados y acomodados dentro del recinto, cómo los pintores iban salpicando de color las paredes, y cómo su amigo daba directivas a unos y otros. Y no podía evitar que lo asaltase esa misma angustia de siempre, que se acentuaba con los cambios vertiginosos y las cosas que sucedían de repente. Su mente no podía dejar de preguntarse si lo que estaba viviendo era real. Veía, sí, como cada persona ejecutaba una tarea; escuchaba los educados pedidos de los trabajadores de que les hiciese paso para colocar los muebles, accediendo él y cambiando de lugar en el salón una y otra vez; pero aún así, dudaba de si su mente no le estaba jugando una mala pasada y todo era un sueño. Y si es un sueño, por favor, no quiero despertar, pensaba. Porque si despertaba, era probable que todas sus esperanzas de superar el mal trago que le estaba haciendo pasar la vida en este momento desaparecieran. Es más, pensó, es probable que mi propio inconsciente, en su deseo de superar esta etapa, esté imaginando todo esto. Un escalofrío recorrió su espalda.
Sumido como estaba en estos pensamientos, la voz de su amigo le despertó de su ensimismamiento.

- ¿Y? ¿Incrédulo? ¿Qué decís ahora? Supongo que estás notando como todo toma forma de a poco.

Descartes asintió. ¿Qué podía decir?

- Bueno mi amigo, es el momento de tocar el tema “cocina”. Esto es lo que pienso hacer. Degustaremos cada plato, es decir, cada receta, y elegiremos entre las mejores. ¿Qué te parece?

El incrédulo dudó nuevamente por un momento. Al fin, explotó:

- Me parece una muy mala idea. Imagino que sos consciente de que no todas las personas perciben los sabores, olores y colores de igual manera, y que lo que a nosotros nos parezca delicioso y atrayente, tal vez para otro no lo es. Nuestros propios sentidos muchas veces sienten las cosas de una manera y otras de otra. Inclusive a veces confundimos sueños con realidades, lo que debería demostrarte que fácilmente podemos ser engañados. Además, por más que uno intente hacer las recetas al pie de la letra, los platos siempre salen con alguna diferencia. Por lo tanto, no podemos saber si los platos que presentaremos son los mejores o no. No podemos conocer su verdadero sabor, porque tal no existe. Es un entramado tan complejo de ingredientes que es imposible conocer con certeza a qué sabe. Por lo tanto, nunca sabremos qué sabor tiene lo que estamos ofreciendo, ni si es lo mejor, o de la mejor calidad. Ni siquiera sabemos, en rigor, si lo que estamos viviendo en este momento es realidad o es sueño, y si los platos que vamos a ofrecer realmente existirán o no.

Hume no supo qué responder. Pero entonces, súbitamente, su mentalidad empirista salió a la luz, y su carácter práctico y tajante prontamente elaboró una respuesta.

- No puedo creer lo que escucho. Nadie en su sano juicio dudaría de que las cosas que vemos, tocamos, olemos, escuchamos, gustamos, existen. Si la comida no existiera, no te podrías alimentar. Y no me vengas con que tampoco existís vos porque tu teoría misma demuestra, a su manera, la existencia del yo. En lo único en que estoy de acuerdo es en que no hay garantía de que los platos salgan siempre exactamente iguales. Pero sugiero entonces, para remediar esto, aunque sea en parte, contratar sólo cocineros altamente experimentados, y capacitarlos en la preparación solamente de nuestros platos, así el margen de error es mínimo. Además, claro, de que prueben una y otra vez los platos mientras los preparan, así sabrán como va quedando.

Descartes hizo una mueca de asco.

- Veo que la higiene no te preocupa tanto como yo creía. ¿Todos los cocineros probando las mezclas todo el tiempo? Puaj. Además, ese sistema también es ridículo. La única manera de que los platos saliesen siempre, sino iguales, parecidos lo más posible entre sí, sería que las recetas fuesen tan minuciosas y detallistas que no dejasen nada librado al conocimiento experimental del cocinero, y que fuesen tan pero tan claras que no dejasen el más mínimo asomo de duda sobre cómo deben hacerse y a qué deben saber los platos. Nuevamente te lo digo: “probar” las cosas no sirve. Si el cocinero tiene algún defecto en su olfato o en su lengua, y no puede percibir correctamente sabores u olores… ¿qué garantía hay de que todo salga bien?

- No alcanza con una receta perfecta. Por más que tengas todo razonado, no podés saber antes de experimentar cómo serán las cosas, que efecto tendrá cada ingrediente, cada batido, cada golpe de calor. Si agrego a una mezcla una cucharada de pimentón, no tendré certeza de a qué sabe ahora la mezcla a menos que la pruebe.

- Sí, pero ni aún así tendrías certeza de nada, ya te dije que no sirve basarse en los sentidos.

Hume se exasperó.

- ¡No lo puedo creer! Tenemos un buen negocio en puerta y no parás de encontrarle trabas. ¿Qué es lo que buscás? ¿Cerrar el restaurante? Todavía ni siquiera lo abrimos. Te voy a pedir encarecidamente, antes de que pierda los estribos, que pienses un momento en lo que estás diciendo.

Quedaron en silencio unos momentos. René estaba igual de desesperado que David por salir de sus problemas, pero no podía dejar de lado todas las dudas que sentía. Sin embargo, veía una solución posible.

- Se me ocurre una idea que puede dejarnos a ambos hombres racionales contentos. Presentemos un menú de platos extremadamente simples. Con buen sabor y bien preparados, pero simples. Por ejemplo, un pollo entero asado, frutas de postre, vino o agua para beber. Yo sé que vos también sos amante de lo simple, y de las cosas evidentes que no tienen margen de error. Podemos poner enormes fuentes con frutas a la vista para que la gente se sirva, es decir, no escatimar en abundancia. Podemos servir banquetes de carnes y aves asadas, grandes variedades de vinos… sin necesidad de recurrir a recetas complejas, que nos llevarían a este tipo de discusiones sin fin. Podemos hacer un restaurante que se base en la simpleza, en la comida lo más al natural posible. Podría ser un nuevo concepto en restaurantes y alimentación.

Hume no contestó de inmediato. Podría ser, pensó. Era una idea bastante rentable, puesto que nadie lo había hecho antes. Podrían ambientar el restaurante con un estilo selvático, llamativo y novedoso, o tal vez románico, y presentar enormes cantidades de comida en bandejas, con variedades de carnes, aves, frutas, verduras, vinos, jugos de fruta… todo preparado en la forma más simple y natural posible. Y que los clientes tomaran lo que quisieran, pagando una tarifa fija. Tenía que admitir que la idea era original. Es más, hasta tal vez impusiese una moda.

Sus manos se estrecharon. Era un trato.

Un mes después, nació el primer restaurante del mundo en que el concepto, la meta, era lo simple. La mejor forma, decían sus dueños, de saber qué estamos comiendo, es comer algo simple y de sabor claro y definido. Pruebe, experimente, y después deje su apreciación de la experiencia de olvidarse de las complicadas y excéntricas recetas del mundo de hoy. El lema parecía intentar poner de acuerdo las antagónicas tendencias ideológicas de ambos socios.

El restaurante prosperó, durante un tiempo, hasta que la mentalidad barroca y hambrienta de lujos de casi todos los seres humanos (y más aún de aquellos con mucho dinero, que fueron los primeros que atrajo el restaurante debido a su concepto nuevo y vanguardista) se aburrió de la idea de la alimentación “simple”, y fue en la búsqueda de horizontes más entretenidos y menos sanos.
Y fue entonces cuando los filósofos entendieron, sobre todo Descartes, que este mundo nos propone sus propias reglas, y que la vida material tiene sus ventajas y desventajas, pero que para sobrevivir en este mundo necesitamos adaptarnos a él, aunque dentro de nuestro fuero intelectual podamos pensar que toda nuestra vida ha sido un sueño. Pero si queremos que ese sueño sea lo más agradable posible, debemos intentar adaptarnos a las condiciones necesarias para la supervivencia en él.

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